Sabemos que en las ciudades se produce una innegable división entre lo que es público y lo que es privado. La historia de algunas urbes se remonta milenios, mientras que otras aún aguardan a ser planificadas. Reconocemos que las ciudades no solo son una acumulación de individuos, sino que también son una convergencia de edificaciones, vías, infraestructuras, redes, datos o flujos. Sin embargo, quizás no hemos dedicado suficiente atención a considerar lo urbano como una perpetua negociación entre lo que perdura en el tiempo y lo que se desvanece.
Si las ciudades en las que vivimos son el resultado de una compleja interacción de espacios, actividades, y personas, que, de algún modo, son temporales, ¿por qué los arquitectos hemos estado tan preocupados por la permanencia? ¿Por qué hay tanto conocimiento sobre construcción, pero tan poco sobre deconstrucción? ¿Qué ocurriría si comenzáramos a concebir la ciudad teniendo en cuenta el tiempo como una dimensión adicional a los ejes X, Y y Z? En última instancia, ¿cuáles son las ventajas y desventajas de abordar el espacio desde una perspectiva efímera?
Esta es una reflexión que desafía la convención tradicional de que solo la permanencia importa cuando diseñamos nuestros edificios y ciudades. Es una pregunta abierta que nos incita a cuestionarnos qué papel desempeña la arquitectura efímera en el contexto contemporáneo, en las escalas en las que opera, su prominente presencia mediática, y su pertinencia a la hora de adaptar de manera flexible y reversible los lugares en los que vivimos hacia un futuro tan incierto como desafiante.
“A pesar de que se tiende a percibir la arquitectura efímera como un fenómeno aislado, etiquetado a menudo como ‘emergente’, la realidad es que se remonta a los albores mismos de la disciplina”
A pesar de que frecuentemente se tiende a percibir la arquitectura efímera como un fenómeno aislado, etiquetado a menudo como ‘emergente’, la realidad es que se remonta a los albores mismos de la disciplina. El origen de lo efímero en arquitectura se remonta a las primeras construcciones desarrolladas por los seres humanos nómadas y cazadores-recolectores. Estas sociedades construían y desmantelaban refugios primitivos con los recursos disponibles al alcance de la mano. De igual manera, la agrupación de varios de estos refugios daba origen a los primeros asentamientos urbanos temporales, similares a los campamentos militares o de refugiados que conocemos hoy en día. Por tanto, se podría decir que es en la perseverante adaptación de estas construcciones a su contexto, la flexibilidad con la que se transforman para acoger lo impredecible, y la reversibilidad con las que son construidas y deconstruidas, donde radica el origen y singularidad de la arquitectura efímera.
Resulta intrigante observar la diversidad de situaciones en las que se manifiestan estos urbanismos pop-up. Extensas configuraciones urbanas que aparecen y desaparecen, pero que se repiten de manera cíclica año tras año. Es el caso, por ejemplo, de las celebraciones religiosas, donde peregrinaciones, romerías o procesiones congregan cientos de miles de personas en fechas señaladas. También en eventos culturales, como festivales de música o ferias de arte, donde se erigen en cuestión de días incontables estructuras temporales para dar cabida a los visitantes. En situaciones de informalidad o conflicto, vemos cómo inmensos terrenos baldíos se transforman de inmediato en campamentos para refugiados o militares, debido a desastres naturales, conflictos armados o crisis políticas. Quizás la manifestación más extrema se encuentra en ciudades como Ulán Bator, donde el 60% de la población reside en yurtas de forma estacional, o en La Meca, que congrega a millones de creyentes a lo largo del año. O por supuesto el Kumbh Mela, un festival religioso en la India que se construye y desmonta cada doce años para albergar a más de cinco millones de personas durante 55 días.
Sin embargo, este fenómeno efímero no se limita a contextos excepcionales o informales. También se manifiesta en la vida cotidiana de la ciudad. En nuestro día a día, encontramos numerosos espacios de alta intensidad social en los vacíos urbanos que son las plazas. La ciudad alberga transacciones comerciales como mercados, celebraciones como ferias, eventos culturales como convenciones y exposiciones. Incluso dispone de grandes infraestructuras urbanas como los centros de congresos, que pueden acoger desde ferias de arte como ARCO hasta hospitales de campaña contra el Covid-19, como el caso de Ifema Madrid: un contenedor de urbanismos pop-up.
“El enfoque rígido que caracterizó el urbanismo del siglo pasado ha dado paso a una visión más fluida y elástica del entorno en el que deseamos vivir”
A nivel nacional, hemos sido testigos de la proliferación de numerosos festivales de arquitectura efímera en varias ciudades de España. Estos eventos han logrado acercar la disciplina al público general, y se presentan como laboratorios urbanos donde no solo explorar nuevas formas de concebir la ciudad, sino también de materializar construcciones desde un enfoque radicalmente diferente. Radical, en cuanto a la libertad de estas arquitecturas para experimentar con materiales, estructuras y espacios nunca vistos, pues no están sujetas a las regulaciones y limitaciones convencionales.
Esta nueva generación de arquitecturas se sirve de elementos como textiles, inflables, listones, tableros o andamios, para conformar un vocabulario material que habla de la economía de medios, de reutilización, y de reciclaje. Además de priorizar la rapidez en su construcción, la ligereza en su materialidad, y su desmantelamiento tras cumplir su función, este enfoque contempla la circularidad de recursos al final de su vida útil. La variedad de ejemplos que podemos contemplar anualmente en festivales y ferias de arte destaca una nueva forma de ejercer la arquitectura y, como resultado, una nueva forma de entender y construir ciudad.
En un mundo cada vez más amenazado por la inestabilidad social y ambiental, los espacios efímeros desempeñan un papel esencial al operar como mediadores entre la dimensión estable e inestable de nuestro ritmo de vida contemporáneo. Es hora de abrazar la flexibilidad, la reversibilidad y la experimentación al concebir la ciudad del futuro. El enfoque rígido que caracterizó el urbanismo del siglo pasado ha dado paso a una visión más fluida y elástica del entorno en el que deseamos vivir. Las ciudades no deben ser concebidas como una visión única y excluyente, sino como espacios plurales capaces de proporcionar respuestas flexibles y reversibles ante situaciones impredecibles. Si la ciudad permanente es articulación, la ciudad temporal es adaptación. Demandamos espacios preparados para enfrentar la incertidumbre, espacios que, de una forma u otra, deben ser diseñados.
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︎︎︎Manuel Bouzas, Arquitectura y Ecologías (MB—AE) es un estudio de diseño con sede en Boston (EEUU) y Galicia (ES). Explora la intersección de la arquitectura y la ecología a través de múltiples escalas y medios, que van desde instalaciones efímeras hasta investigaciones de diseño. Su trabajo se centra principalmente en examinar la relación entre los materiales con los que construimos y el impacto socioecológico que tienen en el medio ambiente y los paisajes de los que provienen. Sus proyectos han sido expuestos en la Bienal de Arquitectura de Venecia en 2023 y 2018, y en la Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo en 2021. Manuel Bouzas se graduó con matrícula de honor en 2018 por la Etsam (UPM) y actualmente cursa una Maestría en Estudios de Diseño en el GSD de la Universidad de Harvard. Ha recibido el Premio TAC! 2023, el Premio Renzo Piano World Tour 2022, la Beca La Caixa 2021 y el Premio COAM Emerging Award 2020, entre otros. Participa activamente en el mundo académico desde 2017 y se ha desempeñado como instructor J-Term, asistente de enseñanza y asistente de investigación tanto en Harvard GSD como en la Etsam (UPM).
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Este artículo se incluye publicado en el nº 588 de CIC, págs. 8-9
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