En el plazo de muy pocas semanas, España y el mundo entero se han sumergido en una pesadilla. La primera epidemia global en más de cien años ha provocado una psicosis colectiva sin precedentes, que aumenta día a día a través del miedo que provoca la incertidumbre sobre el presente y el futuro. Nuestros allegados enferman y mueren. Los recuerdos de los encuentros con amigos y familiares quedan lejanos. El confinamiento multiplica la ansiedad. Una situación que parece no tener fin.
Pero la progresión del virus se contendrá -eso lo comprobaremos antes o después-, con investigación, con conciencia social y con medidas de prevención y de aislamiento. Y tendremos que superar la del miedo, que atraviesa puertas y fronteras a una velocidad escalofriante. Superar esta última precisará de un esfuerzo colectivo sin precedentes en el que el papel de los medios de información, de los editores y periodistas, será esencial. Sólo proporcionando una información cercana, útil, veraz, completa, rápida, precisa y comprometida con los ciudadanos lograremos frenar el temor al contacto social. A la normalidad.
El periodismo es, sin duda, el mejor antídoto contra la desinformación, los silencios y las mentiras que, premeditadamente, generan movimientos interesados en el desequilibrio de las instituciones. Intereses que se multiplican con igual rapidez que el propio coronavirus, generando una situación grave y confusa, dañina para todos los que la estamos padeciendo.
Ante estas circunstancias, nuestra responsabilidad como editores y periodistas es más importante que nunca. Seguramente, el mayor reto al que nos hemos enfrentado desde la segunda guerra mundial. Los ciudadanos de todos los países tienen ahora no solo el derecho, sino la necesidad urgente de nuestro trabajo. Es verdad que nos encontramos ante una contingencia nueva y, por tanto, desconocida para todos, pero los medios de comunicación hemos demostrado históricamente que sabemos cómo reaccionar ante este desafío; cuanto más complicada era la situación, más evidente ha sido nuestra capacidad de reaccionar, haciendo nuestro trabajo con más esfuerzo, más esmero, más seriedad y más eficacia.
Los periodistas y editores somos, antes que ninguna otra cosa, un servicio público de primera necesidad. Lo mismo que los médicos, los enfermeros, los fabricantes de material sanitario, los policías o soldados, los repartidores… estamos en la primera línea de este combate común, aun a costa de nuestra salud, conscientes de que tenemos el deber inexcusable de garantizar el derecho de los ciudadanos a saber la verdad. No otra cosa. La verdad de lo que sucede.
Por lo tanto, nunca como ahora hemos sido tan necesarios. Nunca como ahora ha sido tan evidente nuestra función de cohesión social, de defensa del sistema democrático, de estímulo de la solidaridad y de la conciencia ciudadana. Nunca como ahora ha sido tan grande nuestro afán de hacer el mejor periodismo. Nunca tan loable nuestro compromiso con la verdad; un deber social y ético inexcusable.
Y, pese a todo, nunca lo hemos tenido más difícil que ahora. La inmensa mayoría de nuestros medios no son de titularidad pública, sino privada. Somos empresas que necesitamos recursos para hacer nuestro trabajo y prestar eficazmente nuestro servicio a la sociedad. El terremoto de internet y la terrible crisis económica mundial, que comenzó en 2008, supusieron para la prensa libre y democrática de todo el mundo un golpe durísimo y un reto sin precedentes. Muchos no sobrevivieron. Otros emprendimos una difícil transformación profesional y estructural para adaptarnos a las necesidades informativas de una sociedad cambiante en sus valores, pero sobre todo en su tecnología. A un ritmo sin precedentes. Tras años de sacrificios lo estábamos consiguiendo. Con enormes dificultades, pero viendo ya la luz al final del túnel.
Y entonces llegamos a este nuevo escenario, de improviso, sin precedentes cercanos, casi con la virulencia y la rapidez de un rayo. Y se produce una paradoja perversa; el periodismo se hace más necesario que nunca, las audiencias se multiplican, pero nuestros medios de subsistencia se evaporan en días, y con ellos nuestro sustento para sobrevivir. La publicidad prácticamente ha desaparecido. Comprar periódicos es cada vez más complicado. El frenazo económico mundial, que apenas tiene precedentes en el tiempo que nos ha tocado vivir, nos ha afectado de una forma brutal. Precisamente ahora, cuando se nos exige –y nos exigimos a nosotros mismos– más que nunca, tenemos menos medios que nunca.
Prestamos un servicio esencial en unas circunstancias tan excepcionales como las actuales. No podemos cesar en nuestra actividad. No podemos cerrar ni tomarnos unas semanas de descanso hasta que todo esto pase, porque eso sería traicionar a la sociedad que ahora mismo nos necesita de manera perentoria. Pero necesitamos encontrar solución a nuestros problemas. Necesitamos financiación a corto plazo, necesitamos liquidez, necesitamos un puente que nos permita llegar hasta el otro lado del río sin ahogarnos en el intento.
Ahora se ha de ver el compromiso con la libertad de expresión y con el derecho a la información de las autoridades, de los gobiernos, de las administraciones públicas y de organismos oficiales. Si de verdad creen –y sabemos que muchos lo hacen– que nuestros medios, esos que mantienen 36.000 puestos de trabajo directos y 160.000 indirectos, no son sólo necesarios sino indispensables para apuntalar la serenidad en una sociedad atemorizada; si están convencidos, como nosotros lo estamos, de que esa serenidad se logra con una información veraz, completa y recta; si no dudan de la necesidad que tienen los ciudadanos de disponer de medios sanos e independientes, entonces tienen la obligación de posibilitar nuestra existencia y de permitirnos superar este trance facilitando nuestro trabajo. El sacrificio, el esfuerzo y la responsabilidad los estamos poniendo nosotros. Que nadie tenga la tentación de confundirse: los medios de comunicación constituimos un pilar esencial de la convivencia democrática, con nuestros errores y con nuestros fallos. Una sociedad sin medios solventes no podrá jamás sentirse una sociedad libre y en ella la convivencia estará seriamente amenazada.
No estamos hablando de beneficios ni de cuentas de resultados. Ahora eso no importa. Hablamos de mantenernos vivos para continuar con nuestro compromiso de apoyo a los ciudadanos, a su dignidad, a la cohesión social, al sostenimiento de la democracia. Hablamos de poder seguir haciendo buen periodismo pese a las circunstancias, de continuar con nuestra labor, aún a costa del enorme sacrificio que a todos se nos está exigiendo en este terrible trance. Hablamos, en definitiva, de que los medios puedan continuar con su compromiso irrenunciable en defensa de la libertad y del futuro democrático de nuestro mundo.
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