Dice la primera ley del movimiento, formulada matemáticamente por Isaac Newton en 1687, que todo cuerpo persevera en su estado de reposo o movimiento uniforme y en la misma dirección y velocidad a no ser que sea obligado a cambiar su estado por fuerzas netas impresas sobre él. Esta ley universal parece afectar no sólo a lo físico y mecánico, sino a lo cotidiano y propio del ser humano.
Somos seres inteligentes gracias a la evolución, la curiosidad, el cambio y la tecnología, a la vez que nos adaptamos muy bien a la comodidad de mantenernos en el estado de reposo o movimiento uniforme y en la misma dirección, sin cambios aparentes, como postula la primera ley de Newton. Sin embargo, solemos afrontar todo cambio de forma dolorosa, entrando en crisis y poniendo en duda la utilidad de las nuevas herramientas; aferrándonos a nuestros hábitos y formas de proceder.
Hemos incorporado a nuestros deseos una idea de la inteligencia artificial derivada la ciencia-ficción, sustituta de la humana y que pudiera ser perniciosa para nosotros, recordemos a HAL 9000 de la película 2001: odisea en el espacio, de Stanley Kubrick (1968). Sentimos esa inteligencia artificial como una amenaza a la nuestra, llevándonos a la creencia de que seremos relegados por máquinas y supercomputadoras.
La cuestión es si debemos llamar inteligencia a las capacidades informáticas que intentan emular las intelectuales, creativas y cognitivas del ser humano mediante complejos algoritmos matemáticos. Probablemente, hoy por hoy, no. Pero no debemos descartar que, en el futuro, las máquinas, de alguna forma actualmente inimaginable, puedan incorporar las emociones, sensaciones y la abstracción que ahora no tienen para competir con nosotros.
Mientras, tenemos una serie de herramientas que han aumentado exponencialmente sus capacidades, dotadas de emulaciones que nos permiten interactuar sin la frialdad del lenguaje informático, dándonos respuestas rápidas y cuasi humanas.
La Arquitectura se desarrolla en la frontera entre la bella arte y la técnica, donde la creación se adapta a la norma y permite una belleza controlada. Los elementos que conforman esa belleza que nos hacen sentir nuestros refugios, nuestros espacios de trabajo y los de ocio no son parametrizables para incluirlos en un algoritmo. Tristemente, pueden ser imitados, pero, sin duda alguna, perderán la empatía, la genialidad y la singularidad de cada creación, que responde a las necesidades de cada persona y cada hogar, porque cada proyecto arquitectónico es un proyecto de vida, y, por lo tanto, está imbuido de humanidad.
Si la “inteligencia artificial” no puede realmente crear Arquitectura, si no es una amenaza para los arquitectos, entonces, ¿qué es? Es una oportunidad para mejorar la Arquitectura. Decimos que el cumplimiento de la norma exige esfuerzos y tiempos preciosos que restan a los de la creación, así que, si somos capaces de que estas herramientas aumenten nuestros tiempos para crear mejores espacios arquitectónicos, esta supuesta batalla entre las personas y la máquina tendrá un ganador, quienes habitan esos espacios.
No estamos tan lejos de aquellos proyectos de un grafismo delicado y que se explicaban con pocos planos y una memoria comedida. Esos edificios construidos con aquellos medios siguen en pie, los admiramos y seguimos aprendiendo de ellos; las nuevas generaciones de arquitectos y arquitectas en las Escuelas de Arquitectura siguen viendo en ellos los ejemplos indispensables para formarse. En las dos últimas décadas nos hemos visto obligados a crear documentos, que acompañan al proyecto arquitectónico, interminables y complejos.
Esta “inteligencia” solo puede ser entendida como una aliada de la Arquitectura. Nos permitirá controlar con precisión el resultado final, precisar con gran exactitud los parámetros técnicos exigidos, eliminará procesos repetitivos y desesperantes, abriendo las puertas a procesos creativos en los que la intervención humana será insustituible.
Por supuesto que asistiremos a la producción de soluciones repetitivas, casi sin intervención humana, aunque difícilmente podremos llamar Arquitectura a espacios concebidos sin esos elementos que dotan a la inteligencia humana de autenticidad. No podemos repetir la Capilla Sixtina, la biblioteca Laurenziana, la Casa de la Cascada o nuestro espacio favorito, proyectado por una arquitecta o arquitecto, y que nos hace sentirnos felices y acordes con su entorno. Se trata de espacios con percepciones humanas, hechas por humanos, que no deben quedar en exclusiva para una parte selecta de la sociedad mientras una gran mayoría se ve limitada a distinguir su espacio del de los demás por el color de la ropa que cuelga de una triste ventana, en un edificio repetido hasta la monotonía que aburre nuestras almas.
Este artículo aparece publicado en el nº 592 de CIC, págs. 6 y 7.
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