El sector de la construcción afronta el reto de innovar en los materiales que utiliza actualmente y de desarrollar unos nuevos materiales que mejoren el impacto ambiental e incidan en la salud de la actividad edificatoria, tanto en el contexto de emisiones de CO2 como en el bienestar de las personas que habitan los edificios.
Ha pasado mucho tiempo desde que los materiales de las construcciones eran de proximidad y prácticamente sin peaje energético para su transformación, lo que hacía que fueran más sostenibles a nivel de impacto ambiental. La basílica de Santa María del Mar, en Barcelona, es un ejemplo, donde todas las piedras que forman el edificio eran traídas manualmente por los llamados bastaixos, personal encargado de cargar las piedras de la cantera de la montaña de Montjuic y llevarlas a la obra a sus espaldas.
A partir de la Revolución Industrial, hubo un cambio radical vinculado a la llegada del transporte, al gran incremento poblacional y a la necesidad de construir viviendas y fábricas, una situación que dio paso al desarrollo creciente de nuevos materiales.
Durante los siglos siguientes, este crecimiento y tecnificación de los materiales fue a más, pero podríamos decir que los materiales básicos han perdurado hasta nuestros días, con muchas mejoras por el camino. No cabe duda, no obstante, de que seguimos con la herencia de aquellos ‘nuevos materiales’ que fueron desarrollados en diferentes momentos de la historia, respondiendo siempre a la necesidad de su tiempo.
En los últimos 20 años, las necesidades han cambiado. La construcción, de forma global, es responsable de aproximadamente un 36% del total de emisiones de CO2 que se generan anualmente a la atmósfera. Estas emisiones se evalúan en dos tipos, las operativas y las incorporadas en los materiales. El CO2 incorporado es aquel en el que se imputan a los materiales todos los impactos acumulados hasta su puesta en obra y su posterior derribo y final de vida útil.
De ese 36%, un 12% son las que se atribuyen directamente al carbono incorporado en los materiales. Gran parte de estas emisiones son debidas al transporte y al momento de la transformación química, donde aplicamos grandes cantidades de energía en forma de calor. Por ejemplo, en el caso del cemento, se deben a las altas temperaturas necesarias para descomponer la caliza, aproximadamente 1.400ºC, y a las propias reacciones químicas del mineral al transformarse.
La nueva directiva europea de eficiencia energética nos ha puesto un plazo muy ajustado, que ya llevamos tiempo visualizando, pero que ahora ya tiene fechas y objetivos claros. En 2030, los edificios tendrán que ser cero emisiones en cuanto al consumo operativo y tendremos que empezar a medir el CO2 embebido en los materiales.
La industria de la construcción lleva muchos años buscando mejorar sus productos para alinearlos con los desafíos de este siglo, reducir su impacto ambiental y pasar de un uso de materiales lineal a una visión circular. Desde el ámbito de la innovación tecnológica, hace tiempo que se está colaborando con las empresas de la cadena de valor de la construcción, para mejorar sus productos y ayudar a innovar y a desarrollar los nuevos procesos, soluciones y materiales del futuro.
En la actualidad, existen propuestas muy interesantes de nuevos materiales que ya están llegando a mercado: las empresas están investigando en la sustitución de aquellos componentes más contaminantes por fracciones alternativas de base más biológica, valorización de residuos o subproductos industriales o aplicando tecnologías más eficientes en su fabricación, como la electrificación o la captura de CO2.
Por otro lado, para soluciones especiales, tenemos también hormigones más tecnificados, de altas prestaciones, que permiten reducir el consumo del material con secciones más esbeltas u otras opciones, como los hormigones reforzados con fibras o tejidos de diferente naturaleza.
Seguramente, en los próximos años veremos cómo algunos de estos materiales o tecnologías forman parte del presente. No hay materiales buenos ni malos y estamos convencidos de que el futuro de la construcción pasa por la hibridación y por encontrar ese diálogo donde cada uno aporte sus mejores capacidades y beneficios para cada función concreta.
Desde el punto de vista de la economía, la escala y la circularidad, sumado a los retos comentados hasta ahora, los materiales de construcción tienen que ser soluciones escalables para poder dar respuesta a un sector con una alta demanda, en el que las materias primas deben responder a sus necesidades de consumo y no ser escasas o muy localizadas. Las tecnologías de transformación deben ser no muy costosas para poder seguir respondiendo a su propia economía de mercado y tener una mirada abierta que evite comprometer los nuevos materiales del futuro a las próximas generaciones.
Este artículo aparece publicado en el nº 599 de CIC, págs. 62 a 64.
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